La familia no sólo reside en encuentros habituales, momentos de alegría y en solventar problemas cotidianos. Su función nace y se desarrolla cuando cada uno de los miembros que la conforman, asume con responsabilidad y satisfacción, el papel que le ha tocado desempeñar; buscando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos sus integrantes.
Esto demuestra que formar y llevar una familia por un camino de superación permanente no es una tarea sencilla. Por el contrario, la vida actual y sus exigencias pueden dificultar la colaboración y la interacción. Por ello, la presencia física, mental y espiritual de las personas en el hogar, con disponibilidad al diálogo y a la convivencia, son factores esenciales para que la misma pueda marchar por el rumbo correcto.
Lo primero que debemos resolver es el egoísmo: mi tiempo, mi trabajo, mi diversión, mis gustos, mi descanso. La generosidad nos hace superar el cansancio para escuchar los problemas que pueden estar presentando nuestros hijos. Dedicar un rato especial para jugar, conversar o salir de paseo; la salida a cenar o al cine con nuestra pareja; todo esto quizás resulta tan básico y elemental, pero tiene un peso prioritario en la construcción de una verdadera unión familiar que se va tejiendo cada día a través de los verdaderos detalles.
Es ilógico pensar que la convivencia cotidiana no presenta diferencias, desacuerdos o discusiones. La solución no está en comprobar quién manda o tiene la razón, sino en mostrar que somos comprensivos y contamos con el autodominio para controlar los disgustos, en vez de entrar en un enfrentamiento donde por lo general, nadie queda del todo convencido. Normalmente, los conflictos cuyo resultado es desfavorable para cualquiera de las partes, disminuyen la comunicación y pueden afectar en el buen trato.
En este sentido, si nos preocupáramos un poco más por cultivar los valores en familia, todo a nuestro alrededor cambiaría, las relaciones serían más cordiales y duraderas. La unión en el hogar va más allá de la posición económica, ya que los valores humanos no se compran; estos se viven, se otorgan y se transmiten.
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